lunes, 19 de abril de 2010

Al César lo que es del César




Jesús siempre que hablaba con los sacerdotes terminaba poniéndolos en ridículo. Las parábolas que cuenta critican duramente a Anás y a los suyos, dejándolos muy mal parados. Ellos buscaban la manera de apresarlo, pero no la encontraban. Jesús se había hecho tan popular a esa altura del partido, que se había vuelto intocable. El pueblo lo protegía.

Intentar atraparlo ahora frente a la multitud podía provocar una revuelta que diera a los romanos pretexto suficiente para sacar a los fariseos de sus altos puestos políticos y reemplazarlos por extranjeros. Es esto lo que impide que Jesús sea prendido tan rápidamente. Sin embargo, tenía que ser hecho de todos modos. Antes de hacerlo a la fuerza, procuraron avergonzarlo frente a todos para restarle credibilidad. Por eso, el Sanedrín acuerda mandarle expertos en las escrituras para tenderle trampas filosóficas. Entre los sujetos que enviaron para que se mezclaran con la gente había estudiantes de la ley y herodianos (Mateo 22:16).

Así, durante otro día de enseñanza en el templo de Jerusalén (porque Jesús no enseñaba en las calles), estos sujetos le preguntan si se debía o no pagar el impuesto al imperio romano (llamado capitación). El Nazareno se enfada porque sabía cual es la intención de la pregunta, pero igual responde. Al parecer este impuesto era de un denario, es decir, el jornal de doce horas y en tales monedas estaba la imagen del César romano. Por esta razón Jesús dice que den “al César lo que es del César (Mateo 22:21) y a Dios lo que es de Dios” (Marcos 12:13 y Lucas 20:19). De esta forma, una vez más Jesús logra torear al toro y decir claramente que la religión no debe mezclarse con el poder del monarca.

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