viernes, 6 de noviembre de 2009

Malditos apócrifos


“Puesto que ya muchos han tratado de poner en orden la historia de las cosas que entre nosotros han sido ciertísimas”.
-Lucas 1.1-

“La realidad es que Roma no quiere diálogo sino sumisión”.
-Teólogo suizo Hans Kung, quien desde 1979 tiene prohibido dar clases de teología, por cuestionar al papa en su libro “¿Infabilidad?, una pregunta”-

“Una sola es la Iglesia Católica Universal de lo fieles y por fuera de ella absolutamente nadie se salva”
-Dictamen del documento del IV Concilio de Letrán (1215)-



¿Sabía usted que la palabra “herejía” no siempre tuvo un sentido peyorativo? “Herejía” proviene de la raíz griega hairesis que significa sencillamente: creencia en algo. El historiador Flavio Josefo utilizaba el término “herejía para designar a los distintos grupos religiosos de su época: saduceos, fariseos, esenios y zelotas. Era como decir hoy “partidos”. Nada más. Sin embargo, algunos cristianos empezaron a condenar a quienes profesaban opiniones religiosas disímiles de las suyas. Es el caso de Pablo que incluye la herejía en una lista de pecados de la carne (Galatas 5:19-21). También el autor de la segunda Carta de Pedro (2:1) utiliza la palabra “herejía” con un enfoque malsano. Así, hairesis empieza a significar una elección equivocada, un desvío de la fe.


Pero señores, ¿quién monopoliza la “palabra de Dios”? ¿Quién es su único depositario? ¿Quién posee en exclusiva el password de la mente universal? Hay que ser bien caradura para creérselo. Y eso justamente creían los cristianos. Imagínense que de pronto el Estado le ofrece un ministerio entero a una tira de locos fanáticos. ¿Qué harían ellos? Ni tontos ni perezosos comenzarían a utilizar la maquinaria del gobierno (la sutil y la no tan sutil) para hacer proselitismo y para perseguir a los que no se sometieran a su “divina” autoridad. Eso fue lo que sucedió. A esos perseguidos los llamaron herejes.

Destruir la evidencia

La posesión de libros escritos por herejes llegó a ser un delito penal, al punto que se realizaron campañas sistemáticas para destruirlos. Dicha operación supuso la eliminación de miles de documentos valiosísimos. Las dimensiones de esta devastación cultural se pueden ver en los informes que hicieron los obispos de los primeros siglos, en donde se ufanaban de quemar centenares de manuscritos diabólicos que circulaban entre los fieles. Otro triste incidente lo fue el incendio de la biblioteca de Alejandría perpetrado por los cristianos en el 411. No sabemos a ciencia cierta, cuantos de los textos desaparecidos eran apócrifos originales del siglo I y II. Dicen los especialistas, que sólo se ha recuperado el 15% de todos los escritos apócrifos. ¡Qué lamentable pérdida!

Así fue como nace la leyenda negra de los apócrifos. Era preciso realizar una lobotomía en la memoria colectiva de las futuras generaciones. ¿Cómo? Destruyendo la evidencia y utilizando el viejo recurso de siempre: satanizar al adversario ideológico, haciendo una caricatura de él. De esta manera, la Iglesia continuó ganando terreno, condenando severamente la existencia de corrientes internas diversas dentro del colectivo de la cristiandad. Nada de pluralismos, ¿para qué? Sólo recitar de paporreta los dogmas de fe y punto5. Preguntar era pecado. De esta forma, fue como una de las sectas del cristianismo se autoproclamó como la única versión verdadera: a punta de Autos de Fe, que eran los juicios y ejecuciones públicas que se hacía a los herejes. Los condenados iban en procesión por las calles aguantando el escarnio público, revestidos de un hábito especial (sambenito) y de una mitra de cartón en la cabeza. Lo tragicómico de esta performance jurídico-religiosa es que primero se dictaminaba la sentencia y luego se realizaba el juicio, al mejor estilo del personaje de la reina en “Alicia en el País de las Maravillas”. Pero desgraciadamente, los Autos de Fe no eran ficción.

Lo diferente debe desaparecer

La ortodoxia proclamaba a voz en cuello que sus creencias eran las correctas y que todo lo demás era no solamente erróneo sino peligroso. Por lo tanto debía ser exterminado cuanto antes. Se ha podido borrar muchas cosas deplorables que realizaron ciertos cristianos, pero aún quedan vestigios de esa rabia hacia ellos en el lenguaje. No es casual pues que la palabra “cretino” provenga del francés cretin que significa “cristiano”.

Si tuviéramos que resumir la fórmula empleada por el cristianismo paulista contra aquellos que no se le plegaban, sería así: “Yo poseo la Verdad, tú no. Mi cercanía a la Verdad me da derecho a oprimirte: te obligaré a que aceptes la Verdad, y para ello si es necesario te encarcelaré, te mutilaré, te quitaré tus pertenencias, haré que denuncies a otros, e incluso te mataré, todo sea por tu propio bien y del sagrado nombre de Cristo. Amén”.

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