viernes, 6 de noviembre de 2009

Los mártires underground





Si bien el cristianismo original puede considerarse una rama del judaísmo, muchos de los cristianos judíos que sobrevivieron se refugiaron en los grupos paulistas. El judaísmo y el cristianismo terminaron así por separarse completamente. Luego vinieron siglos de duras persecuciones a los cristianos, los cuales tenían que aceptar el culto pagano so pena de ser degollados. Entonces morir por su fe se consideró un privilegio. Así, los cristianos se convirtieron en mártires. Es la época de las catacumbas. En sus paredes subterráneas se hicieron muchísimos graffitis con motivos cristianos. Jesús aparece pintado como un joven efebo griego: rubio, con el cabello corto ensortijado, lampiño y blanco, casi siempre con un pequeño cordero sobre los hombros. Es que en ese tiempo la Síndone, con la presunta verdadera imagen de Jesús, estaba oculta en unas paredes del antiguo palacio real de la ciudad de Odessa (Turquía). Por lo tanto, ningún cristiano en ese entonces sabía cómo había lucido su Maestro en realidad.

Incluso, hay imágenes de Jesús con rayos emanando de su cabeza como si fuera el dios Apolo conduciendo el carro del sol. Aparte de la imagen del Mesías, en las paredes subterráneas se ven peces, delfines, anclas, corderos, palomas, gallos, caballos, aves fénix, pavos reales, serpientes, nueces, palmas, pieses, coronas, barcos, ríos, conchas y carneros. También habían crismones que estaban formados por la P y la X juntas. Luego más o menos por el siglo V, el crismón se transformó en cruz. Antes no había representaciones de cruces, lo máximo que había eran esvásticas. Paralelamente al crecimiento clandestino del cristianismo paulista, iban apareciendo también nuevos grupos disidentes que serían tildados de herejes. Es el caso de los gnósticos (en todas sus variantes), que bebieron de las tradiciones egipcias y griegas. También estaban los maniqueos que llegaron a ser poderosos, lo mismo que los sabelianos y otros más.

Con el tiempo el coloso romano empezó a desmoronarse y en ese desmoronamiento, los cristianos vieron aliviadas sus persecuciones, pues éstas debían postergarse para atender asuntos más importantes como la economía y la guerra. Sin embargo, hubo una última arremetida de violencia hacia ellos.

El fin del sufrimiento

Diocleciano fue el último emperador romano que persiguió a los cristianos. Gobernó entre el siglo III y IV de nuestra era. Al comienzo trataba de evitar el derramamiento de sangre entre los miembros de esta secta, pues su hija Valeria también era cristiana, pero en vista que eran más tercos que una mula, no pudo con ellos y puso mano dura. Los torturó, los metió a prisión, los esclavizó, los obligó a realizar trabajos forzados en las minas y los mató de hambre. Si eran obispos, mejor. En cuanto a las mujeres, las forzó a ejercer la prostitución. El nombre de Diocleciano ha quedado en la memoria como uno de los más atroces anticristos de la historia. Luego le sucedió su yerno Galerio, que si bien al comienzo también los odiaba a muerte, por una razón que ha quedado olvidada en el fondo de los tiempos, de pronto simpatizó con el cristianismo. Quizá fue porque Galerio estaba enfermo y algún cristiano le devolvió la fe en su curación. Dicho encuentro lo debe haber reconfortado tanto que él mismo, en persona, se encargó de convencer a los demás jefes imperiales para terminar definitivamente con las persecuciones a los cristianos.

Entre estos jefes estaba nada menos que Constantino, alguien que jugaría un papel primordial en el futuro del cristianismo. En medio de su cambio radical, Galerio promulgó un edicto dando licencia a los cristianos para reconstruir sus iglesias y entregarse en paz a su culto. Cuentan algunos historiadores eclesiásticos, que a la muerte de Galerio, fueron abiertas, a manera de celebración, todas las prisiones imperiales donde se hallaban recluidos los cristianos y también que los que trabajaban en las minas volvieran a sus hogares. Así fue como este emperador le preparó el terreno a Constantino. En muy posible que en esta atmósfera, los cristianos estuvieran tan entusiasmados que pensaron que eso era el preámbulo de la segunda venida de Jesús. Pero estaban equivocados.

Mañana en la batalla, piensa en mí

¿Cómo se transformaron los cristianos de minoría perseguida a mayoría perseguidora? Todo comenzó cuando subió al poder Constantino y promulgó en el año 313 de nuestra era el famoso edicto de Milán, otorgando plena libertad a los cristianos para ejercer su culto. Así se inicia un nuevo ciclo para el cristianismo. Al fin eran libres, pero, ¿qué iban a hacer con esa libertad?

¿Por qué Constantino ayuda a los cristianos? Cuenta la leyenda que en la batalla de Puente Silvio en el año 312, Constantino invoca el nombre de Jesús y se le revela una visión: una cruz resplandeciente con las palabras in hoc signo vinces (con este emblema vencerás). Efectivamente con la cruz pintada en los escudos de los soldados (en realidad no era una cruz sino un crismón) y la garra de los cristianos, se logró derrotar a su enemigo Majencio, último rival que le faltaba vencer para subir al trono de emperador romano.

Cristianos al poder


¿Qué fue lo que ocurrió en verdad? El imperio estaba viviendo años de discordia y tremendas luchas internas. Salía un emperador y entraba otro como pop corn saltando en la sartén. Para el año 308 había nada menos que seis emperadores gobernando a la vez. Uno de ellos era Constantino, que no era ningún santo, pues llegó a matar a su cuñado Licinio, hizo hervir a su esposa Fausta y ordenó el asesinato de su hijo Crispo. Pequeñeces por el poder.

La idea que a Constantino le quitaba el sueño era cómo deshacerse de sus rivales y unificar el imperio, con él a la cabeza, obviamente. Si bien Constantino era pagano, se dio cuenta que la fe cristiana se estaba convirtiendo en un culto de masas. Entonces, como buen estratega observó que era muy conveniente poner a ese dios llamado Jesús al frente de la guerra y que la gente luchara por él. El consejo debió dárselo su madre Elena que era cristiana. Un Dios, una religión, un emperador, un imperio.

Pero también había una razón económica para aceptar la fe cristiana. Los cristianos habían llegado a acumular gran cantidad de dinero debido a las donaciones y a la costumbre judía de otorgar el diezmo de la ganancia laboral obtenida. Constantino en su afán de adquirir capital para la alicaída economía romana, vio provechoso hacer negocios con este floreciente movimiento religioso. A partir de Constantino el poder imperial y el Espíritu Santo hicieron muy buenas migas. Y por ironía del destino, la paloma se alimentó del imperio y sobrevivió a él.

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