viernes, 6 de noviembre de 2009

Historia non sancta





“En un principio los cristianos eran pocos y sostenían una sola doctrina, pero cuando llegaron a ser muchos se dividieron en numerosas facciones, cada una con su pretensión de tener su propio territorio. Hoy están enfrentados unos con otros y a lo sumo lo único que tienen en común es el nombre a que se aferran, aunque de lo demás están divididos en varias sectas”
-Celso, siglo II-

“Los cristianos deben distinguir entre Jesús y Pablo”.
-Teólogo americano MATTHEWS FOX de la Orden de los dominicos, desde 1988 el Vaticano le ha prohibido enseñar y escribir-




Roma era el imperio. El centro del mundo. En torno a él giraban todas las colonias. Palestina era una de ellas. Sojuzgada, siempre descontenta, problemática, en ebullición constante. Repleta de sectas e ideas contradictorias que el imperio aceptaba con indiferencia y desdén. Sin embargo, los judíos acariciaban en secreto una ilusión: la llegada de un salvador que los liberara del yugo romano. De allí que las calles de Jerusalén estaban llenas de profetas, salvadores, mesías, elegidos y chiflados que hablaban de los nuevos tiempos que estaban por venir. Había muchos, pero sólo llegó hasta el final y cambió la historia de un solo tajo. Su nombre Yeshua Ben Mariam.

Pero, ¿por qué creemos lo que creemos?, ¿es el Jesús que nos ha vendido la Iglesia Católica, Apostólica y Romana, el verdadero? ¿Es la Biblia la única referencia que tenemos de él? ¿No existen otros escritos antiguos? Claro que existen. Por ejemplo, los llamados “apócrifos”. Durante siglos la Iglesia ha impugnado esta fuente, considerándola falsa. ¿Son realmente falsos? Y si no lo fueran, ¿por qué no figuran en la Biblia? Objetivamente, ¿qué son los evangelios apócrifos? Si queremos saberlo, tendremos que remontarnos unos veinte siglos atrás y sumergirnos en las aguas profundas de la historia.

El cristianismo en sus inicios fue un movimiento judío, amplio, variado, amorfo, tipo New Age, donde existían mil vertientes que diferían entre sí. Cada una estaba organizada a su manera. Si volveríamos en la máquina del tiempo a la Palestina del siglo I, veríamos que lo que nosotros denominamos hoy como “cristianismo” era en realidad un conglomerado de sectas que pugnaban entre sí, cada una con sus propios libros sagrados y sus propios predicadores. Al final, el grupo se asoció con el poder de Roma fue el grupo que prevaleció frente a los demás, imponiendo su producción literaria a la fuerza. Como sostiene el estudioso bíblico Peter Flint, “sin la Iglesia tendríamos gran cantidad de libros. Con la Iglesia sólo tenemos la Biblia”. Así fueron las cosas, señoras y señores.

Santiago fue el primer líder cristiano

El primer conflicto que se dio en el cristianismo fue entre los mismos apóstoles. Había dos facciones bien claras: la judía y la griega, que coexistían a regañadientes pues poseían costumbres distintas. Fue así como comenzaron a surgir marginaciones y roces entre ellos (Hechos 6:1).

Y el malestar fue creciendo (1 Corintios 1:10-12)

El primer bando liderado por Santiago y Pedro, abogaba por la continuación de todas las tradiciones hebreas instituidas por Moisés. Mientras que el otro lado, defendido a capa y espada por Pablo, afirmaba que muchas de las costumbres judías como la circuncisión, comer sólo carne kosher y reposar el sábado, eran innecesarias para los gentiles (los no judíos) que se hacían cristianos. Para llegar a un acuerdo entre ambos bandos, se realizó el primer concilio de la historia: el concilio de Jerusalén (Hechos 15:1-35).

Santiago el menor, también llamado “el justo”, era judío hasta el tuétano. Se decía de él que de tanto rezar, le salieron rodillas de camello. El historiador judío Flavio Josefo en sus “Antigüedades Judías” lo menciona como hermano de Jesús y como principal cabecilla del movimiento cristiano de esa época. Pedro quedaba opacado frente a él. Con esto podemos deducir que durante un buen tiempo la facción de santiago resultó ser la más popular y poderosa de Judea. Este bando mostraba a Jesús como un profeta especial, como el mesías enviado, pero carente del aura divina que poco a poco le fueron imprimiendo los helenistas como Pablo.

Después de múltiples reyertas y luchas por la supremacía, fue ganando terreno la facción de Pablo. Pedro que era medio comodín, terminó yéndose para su lado. De esta forma, las ideas de Pablo se convirtieron en los lineamientos oficiales de la cristiandad para los próximos dos mil años. Veamos el perfil de este señor.

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