viernes, 6 de noviembre de 2009

Los otros




Después del arrianismo, vendrían otras voces alternativas que se unirían al estigma negro de la herejía. Todos estos grupos eran considerados serias amenazas a la ilusoria unidad de la Iglesia. Así, tenemos nombres que ahora nos parecen raros como los eunomianos, los monofisitas, los priscilianos, los eudoxianos, los semiarrianos, los marcelinos, los samosatenos, los nazarenos, los fotonianos, los nestorianos y los apolinaristas, entre otros. Muchas de estas comunidades huyeron de la “corrupción” en la que había caído el cristianismo paulista al montarse al poder del imperio y se retiraron a los bosques y desiertos, convirtiéndose en ermitaños.

Soledad colectiva

Así fue como aumentaron los cristianos eremitas (practicantes sobre todo de la castidad) quienes al principio vivieron solos y alejados del mundanal ruido, pero luego, influenciados por las ideas del egipcio Pacomio, formaron poblados enteros que dieron lugar a la aparición de “cenobios”: especie de aldeas en miniatura, donde cada cual construía su ermita, preparaba sus propios alimentos y donde sólo se compartían ciertos actos litúrgicos, conservando así su propia libertad de acción. Al principio estos cenobios fueron mixtos, pero las hormonas siempre causaban problemas, así que fue preciso separar los sexos, estableciéndose reglas y erigiendo a un abad o abadesa como máxima autoridad.

El último pagano

Después de la muerte de Constantino, sus hijos se mataron literalmente por el poder. El único que sobrevivió fue Constancio, quien nombra como co-regente del imperio a su primo Juliano, quien más adelante tomaría el mando. Juliano llegó a ser el último emperador pagano. Decía que el cristianismo “era una religión de esclavos, incapaz de suscitar almas generosas y heroicas”. Además él estaba desilusionado de los cristianos, a quienes consideraba inconsecuentes con sus ideas al poseer una doble moral. Se irritaba profundamente ante el contraste entre las creencias cristianas y su existencia real cotidiana. Después de todo, sus primos, los hijos de Constantino, habían sido educados en el cristianismo, sin embargo resultaron aniquilándose unos a otros, haciendo caso omiso del profundo respeto a la vida que enseño Jesús. Por eso, para él, el cristianismo sólo era una farsa que ocultaba tras la piel de cordero, al más temible de los lobos: el deseo insaciable de querer más y más poder.

Juliano tuvo influencia neoplatónica (platonismo orientalizado), al igual que muchos cristianos sinceros de su generación. Sobre todo aquéllos que estaban imbuidos de un sentimiento de decepción por el curso que iba tomando su religión. Por eso, se generó una corriente de ideas neoplatónicas sobre el ascetismo como medio para alcanzar la redención de los pecados.

El alma es buena y la carne es mala

Según el neoplatonismo, la materia es la manifestación del mal y las almas de origen divino, deseosas de existir por sí mismas diferenciándose del Dios creador (en una concepción panteísta de la deidad), reniegan de su sublime origen cual Satanás y se rebelan, ligándose a la materia. Después de experimentar la existencia material, el alma sentía nostalgia de su prístino estado y busca desesperadamente volver a la eternidad. Mientras no pueda lograrlo, aquella alma estará sujeta al ciclo de reencarnaciones, donde purgará todos los errores cometidos en las sucesivas experiencias terrenas. Son estas ideas y el supremo desprecio por la carne que de esas ideas se desprende, lo que llevó a gran parte de los ermitaños, anacoretas y monjes cristianos influenciados a practicar el sadomasoquismo al cuerpo. Hay que castigar al cuerpo porque es símbolo del mal. Del mismo modo, este repudio hacia lo material, que se acentuó gravemente en la Edad Media, trajo consigo el retraso de las investigaciones en el campo de las ciencias naturales, contribuyendo grandemente a producir el temible oscurantismo. Los cristianos tomaron muchas ideas neoplatónicas, o sea, paganas y las llevaron a sus últimas consecuencias.

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