viernes, 6 de noviembre de 2009

Las dos caras de Constantino




Constantino era un ser contradictorio. Por un lado, les dio la libertad a los cristianos, construyó en Jerusalén la Santa Iglesia del Sepulcro y buscó reliquias crísticas, pero por otro lado, nunca se bautizó cristiano hasta el día de su muerte. En realidad, toda su vida Constantino fue adepto del culto a Mitra (el dios de la luz del antiguo Irán). Por eso, colocaba la imagen de ese dios en sus monedas, medallas y hasta hizo erigir su estatua en Constantinopla. La Iglesia Armenia y rusa veneran a Constantino como santo y celebran una fiesta anual en su honor. En cambio, paradójicamente, la Iglesia católica no lo ha canonizado hasta ahora, aunque le debe mucho.

Durante el gobierno de Constantino se declaró día no laborable el domingo, día identificado con el sol para los paganos. Desplazando así el sábado, día de descanso judío. De esta manera, poco a poco el cristianismo se fue fusionando con el culto de Mitra y luego de otros dioses y salió una mezcolanza. De hecho, la palabra “Cristo”, al igual que “Krishna”, deriva de la raíz indoeuropea “Kris” que era un antiguo nombre del sol.

Constantino siguiendo con el afán reformador, cambió la capital de Roma a Bizancio y la llamó Constantinopla, por ser un lugar estratégico de importantes puntos de intercambio comercial. El cambio geográfico helenizó aún más al imperio. De esta manera, el coloso romano de un solo tajo, se dividió en Occidente y Oriente. Esto es importante, ya que de esta separación se generaría en el futuro controversias de poder entre el papa y el patriarca (papa de Oriente), finalizando en el cisma del año 1054 entre la Iglesia católica y la ortodoxa, conflicto que permanece hasta el día de hoy. El cisma se produjo por la discusión sobre el filioque. A la frase del credo: “Creo en el Espíritu Santo que proviene del Padre”, los católicos añadieron “y del Hijo” y se agarraron a golpes por eso, el patriarca de Constantinopla Focio y el papa Nicolás I. Ninguno de los dos cedió. En realidad, el filioque es un pretexto. El cisma fue más por jurisdicción que por teología y todo el mundo lo sabe.

La credibilidad de la paloma

Con Constantino, el cristianismo dejó la crisálida de la clandestinidad, para transformarse en una mariposa rutilante de lujo y poder. Por fin era una religión legal al amparo del imperio. Ahora tenían que ver la manera de propagar su fe a la luz del día. Pero había un pequeño problema. ¿Qué fe se iba a propagar? Porque no había una sino muchas. Cada una con su particular punto de vista sobre Jesús. Las tensiones y las diferencias al interior de la Iglesia amenazaban la estabilidad del imperio. Especialmente, la fuerza que estaban adquiriendo los arrianos. Si la Iglesia iba a desempeñar el papel de unificadora del imperio, ella misma debía ser unificada. Ipso facto. Es entonces que Constantino se le ocurre una gran idea: hacer una reunión con los representantes más conspicuos de la Iglesia para poner todas las creencias sobre la mesa y diseñar una sola. Así fue como en el año 325 se lleva a cabo el famosísimo Concilio de Nicea (hoy Turquía), de donde nacieron los dogmas cristianos.

La discusión fue dura y cruenta. Fluctuó entre debates acalorados, jalones de barbas y crímenes. Hasta Papa Noel (el obispo de Myra) le pegó a Arrio ¿De qué discutían tanto todos ellos? Dos cosas puntuales. ¿Qué libros eran sagrados para ponerlos en la Biblia? Se tuvo que hacer un casting de evangelios. Se dice que el Espíritu Santo encarnado en una paloma les susurró en los oídos a los obispos qué libros incluir y cuáles discriminar. Así nació la Biblia.


Olla de grillos


Y el segundo punto a tocar en el Concilio de Nicea era si el hijo de María era hombre o dios. Los arrianos sostenían con muy buenos argumentos que Jesús era hijo de Dios, pero no era Dios. Entonces, se armó el bolondrón y excomulgaron a Arrio. Sin embargo, tiempo después las creencias arrianas volvieron a ganar terreno pero de pronto, a Arrio le explotaron los intestinos en el baño. Los cristianos dijeron que fue un milagro, mientras que los arrianos sabían muy bien que había sido un vil asesinato.


Al finalizar este concilio, Constantino manifestó por medio de una circular, que las decisiones adoptadas por los 318 obispos constituían la “voluntad de Dios” y punto, fin de la pelea. Así fue como se creó el germen de la ortodoxia cristiana, estableciendo las cosas que había que creer ciegamente, quedando fijados los dogmas de fe que serían los pilares del edificio cristiano. El sueño dorado de Pablo se hacía realidad. El cristianismo dejó de ser un conjunto de comunidades filosóficas para convertirse en una institución elitista que otorgaba buenos puestos en el gobierno. Ahora poseer un cargo en la Iglesia era sinónimo de status y riqueza. Nada más lejos del ideal de sencillez, humildad y desapego de Jesús de Nazareth. Así fue como el cristianismo primigenio empezó a desdibujarse.

A pesar que a los arrianos se les señaló con el dedo crítico adjudicándoles el nombre de “herejes”, este grupo siguió creciendo, al punto que fue elegido obispo, el arriano Pisto. El papa Julio I se negó a aceptar su autoridad, a pesar de tener el apoyo de la gente de Alejandría, centro intelectual del imperio. Es interesante anotar que es justamente Julio I quien publica un documento llamado “Constitutum” que prohíbe a los clérigos llevar sus causas a los tribunales seculares. La razón era muy simple. Los problemas entre religiosos se multiplicaban y no por cuestiones filosóficas sino por posesiones.

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