domingo, 28 de marzo de 2010

Merchandising católico


Merchandising católico

Como ya vimos, Constantino en el siglo IV d.C. mandó a su madre con una comitiva a buscar el lugar y los restos de la agonía y muerte de Jesús. Entre los souvenirs santos que supuestamente rescató esta señora se encuentran:


La Escala Santa:
Son dos escaleras interiores de la fortaleza Antonia que enlazaba el Litostrotos (Empedrado) con el cuerpo de guardia. Allí Jesús había comparecido ante Pilatos. Se dice que Santa Elena la hizo traer a Roma y que fue colocada en el palacio lateranense, edificio que se convirtió en la sede del papado por bastante tiempo. Hoy dicha reliquia se venera en una iglesia de las inmediaciones de San Juan de Letrán.

La Cruz:
Según las crónicas del historiador cristiano Eusebio de Cesárea (315-371 d.C.), su descubrimiento se efectuó junto con el título y los clavos al destruir el Templo a Afrodita, erigido sobre el antiguo templo a Júpiter, levantado en tiempos del César Adriano sobre los cimientos del Templo de Salomón. Este hallazgo fue duramente criticado por Calvino (figura destacada de la Reforma), siglos después, quien afirmó irónicamente que “si se reunieran en un sólo lugar todos los fragmentos de la Cruz venerados en el mundo, se podría llenar un barco entero”. A decir verdad, es muy poco probable que tal descubrimiento se hubiera producido en verdad si tomamos en cuenta que sobre el empedrado ya se habían construido y derruido dos templos a deidades paganas. No por las puras habían pasado cuatro siglos. En todo caso, las maderas halladas y confundidas podrían ser, simplemente, viejas vigas pertenecientes al templo de Júpiter. Pese a ello, el supuesto descubrimiento motivó que en el lugar se erigiera una basílica cristiana monumental llamada por entonces Martyrion.

El madero que pasó como la “Santa Cruz” (o “Lignum Crucis”) fue dividido en dos partes. Una se trasladó a Constantinopla y la otra a Roma. Esta última fue la que más pronto acabó reducida en minúsculos pedacitos que terminaron en los relicarios de reyes, nobles y religiosos de todo el mundo. Por ello fue que más tarde tuviera que ser llevado a Roma un trozo del que aún se conservaba en Constantinopla. Hay una leyenda de la Iglesia Griega Ortodoxa que se contrapone al hallazgo de Santa Elena. Es una versión mucho más creíble. Se dice que apenas murió Jesús, los apóstoles habían rescatado el madero de su tormento y lo conservaban con bastante celo. Temerosos de que su reliquia fuera destruida en alguna persecución, la fragmentaron en 19 pedazos que fueron repartidos en diferentes iglesias. Ya en esos lugares, las maderas santas habrían sufrido más fragmentaciones. Una y otra vez. Es posible que Santa Elena simplemente recuperó uno de los tantos trozos importantes y lo llevara a Roma. Sin embargo, tal como aseveró Calvino, es innegable que la mayoría de esas astillas son falsas.

La Cruz del Buen Ladrón: Por supuesto esta reliquia es aún más dudosa que la anterior. Hasta hoy existe un fragmento de esta presunta cruz en la Cripta de la Basílica, en Roma. Mide 2,25 metros de longitud por unos 160 milímetros de altura. Se supone que es el Patibulum (o madero transversal) que se montaba sobre la estaca vertical (o Stipes), fija en el suelo. En esta madera se ve un gran rótulo con letras doradas con la inscripción Pars crucis boni latronis. Hay un orificio por donde se insertaría el stipes. Es un agujero redondo de unos 25 milímetros de diámetro, muy deformado. La superficie está astillada. Por ciertas crónicas sabemos que dichos fragmentos también fueron destinados a relicarios.

La Casa de Dimas: Al parecer, Santa Elena también hizo este descubrimiento. Es una reliquia que entra en la categoría de topográfica. Se encuentra a unas diez millas de Jerusalén sobre una colina, entre algunas ruinas de casas antiguas. Actualmente es conocida como la Iglesia del Castillo de San Dimas. Por la literatura del siglo XVIII, se sabe que ya desde entonces había peregrinaciones a este lugar.

El Rotulo “INRI” (o “Titulus Crucis”): Pareciera ser uno de los pocos hallazgos verdaderos realizados por Santa Elena. Se dice que la madre de Constantino lo dividió en tres trozos (o quizás ya lo encontró así). Uno de los pedazos se quedó en Jerusalén, otro fue enviado a Constantinopla y el tercero fue remitido, junto con la cruz, a Roma, a la Basílica Sexoriana.

Los Clavos: Tendrían que ser sólo tres. Sin embargo, los que se veneran en diferentes iglesias exceden esta cantidad. Hay uno en el Museo del Palacio Imperial de Viena, otro en la catedral de Colonia, otro en el convento de las clarisas de Monforte de Lemos, otro en Lugo, otro en la catedral de Treveris, otro en Essen, etc, etc, etc....

La Clámide (o Manto Púrpura): Quizá fue un simple pedazo de tela (o un viejo manto en desuso). Plinio y Plutarco dicen que se trataba de un manto de lana bruta, teñida de rojo, que usaban los soldados sobre la armadura. Aparece mencionado en el catálogo de reliquias remitido a los cruzados, elaborado en el año 1100 d.C. Se duda también de su autenticidad y fue fragmentada como las maderas de la cruz. Hay trozos por todos lados. Se encuentran dispersos en cientos de iglesias, monasterios, abadías, conventos, etc, etc, etc.

La Caña: Fue un instrumento de burla y sólo se menciona en dos de los cuatro evangelios. Los soldados se la habrían puesto en la mano derecha a Jesús, a manera de cetro imperial. Se supone que Santa Elena la encontró junto a la cruz, los clavos y lo demás. Aparece en catálogos de reliquias de los tiempos de las cruzadas, pero hoy se encuentra desaparecida. Quizá la tenga algún coleccionista.

La Esponja: Supuestamente también encontrada junto con la cruz, los clavos, el titulo, la caña, la clámide, etc. Aunque fue fragmentada como las demás reliquias, la mayoría de estos fragmentos se han perdido. No obstante se conserva uno en Ausburgo, Alemania. Su autenticidad es más que dudosa.

La Corona de Espinas: Se presume que formó parte de los objetos encontrados por Santa Elena junto a la cruz. Sus fragmentos se hallan regados por todo el mundo. La frase de Calvino se podría también aplicar perfectamente a esta reliquia. Uno de los pedazos está en la Basílica del Santo Sepulcro en Jerusalén.

La Lanza de Longinos: Quizá una de las reliquias más legendarias. Sobre todo por la leyenda que promete el dominio del mundo para aquel que la posea. Esto hizo que esta punta de lanza estuviera siempre en manos de los poderosos. Pasando de mano real a mano real, de los Césares a los grandes monarcas europeos, como trofeo de guerra hasta formar parte del Tesoro Imperial de Viena. Cuentan leyendas modernas que el propio Hitler, conocedor de estas tradiciones, quiso robarla a los Austriacos durante la Segunda Guerra Mundial, pero que los norteamericanos se lo impidieron. Incluso hay quienes murmuran que los norteamericanos fueron los que se apropiaron de la lanza legítima, dejando una mera copia en el Museo de Viena.

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